lunes, 3 de noviembre de 2014

David Foster Wallace: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer (II) (1997)


David Foster Wallace: Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Barcelona, Mondadori, 2008.

El artículo que abre el volumen, Deporte derivado en el corredor de los tornados, tiene un marcado caracter autobiográfico. En él Wallace nos habla de los campeonatos de tenis en los que pasó gran parte de su adolescencia y de como se las arreglaba para ganar a contrincantes que le superaban en física y técnica jugando un tenis ramplón que consistía en golpear la pelota sin florituras, hacia el centro de la pista, a asegurar y que las rachas de viento y la mala calidad de la pista hicieran el resto.

El segundo artículo está sin duda entre los más interesantes del libro. En E unibus pluram: televisión y narrativa norteamericana Wallace diserta sobre la televisión con un estilo bien equilibrado entre el academicismo y lo coloquial. Lo interesante es que el ensayo no se queda en la crítica manida a la televisión como caja tonta, telebasura, etc. a Wallace le interesa ir más allá y entender porque con un material de tan baja calidad  se consigue enganchar a tanta gente. La tesis que articula el ensayo es la siguiente:

"Voy a afirmar que la ironía y el ridículo entretienen y son efectivos, pero al mismo tiempo son agentes de una desesperación enorme y de una parálisis de la cultura americana, y que para los aspirantes a narradores plantean unos problemas especialmente terribles" pág. 65

Según Wallace, el uso de la ironía en la literatura fue efectivo en los años 60 como forma contracultural ante la hegemonía. Pynchon, Barth, DeLillo entre otros autores, no podían rebelarse contra el sistema directamente sino que tenían que decir verdades de soslayo. Esto daba lugar a una literatura crítica con el sistema y a la vez entretenida. Hay, sin embargo, dos problemas básicos con la ironía: el primero es que sirve como denuncia, pero es inútil para proponer alternativas. El segundo es que hoy esa contracultura de los años 60 ha sido fagocitada por la cultura hegemónica: "La televisión le ha dado la vuelta a la vieja dinámica de referencia y redención: ahora es la televisión la que toma elementos de la posmodernidad -la involución, lo absurdo, la fatiga sardónica, la iconoclastia y la rebelión- y los manipula en aras del consumo." pág 83

Así pues la cuestión es como hacer una crítica efectiva cuando la propia televisión puede adoptar cualquier postura (incluso la autocrítica y la autoparodia) gracias al recurso de la ironía:

"¿Como puede la idea de rebelión contra la cultura empresarial conservar algún significado cuando Chrysler Inc. anuncia camionetas invocando «La revolución de las Dodge»? ¿Cómo se puede ser un iconoclasta bona fide cuando Burguer King vende aros de cebolla con eslóganes como «A veces hay que romper las reglas»? ¿Cómo puede un narrador de la imagen confiar en que la gente se vuelva más crítica de la cultura televisiva parodiando la televisión como una empresa comercial interesada, cuando las parodias de anuncios interesados que llevan a cabo Pepsi, Subaru y Federal Express ya están haciendo lo mismo con exito?" pág. 87

Otro ensayo interesante es David Lynch conserva la cabeza (pese a que en algunos puntos Wallace sobreestima la influencia e importancia de Lynch. Por ejemplo defiende que Tarantino le debe muchas cosas a su cine) donde Wallace cuenta su experiencia en el set de rodaje de Carretera perdida (1997) y termina por disertar sobre el cine de Lynch. 

"...igual que posmoderno o pornográfico, lynchiano es una de esas palabras que solo se pueden definir de forma ostensible, es decir, lo conocemos cuando lo vemos. [...] Para mí, la deconstrucción que llevan a cabo las películas de Lynch de esa extraña «ironía de lo banal» ha afectado la forma en la que yo veo y organizo el mundo. He notado que un 65% de la gente que hay en las estaciones de autobuses metropolitanas entre medianoche y las seis de la mañana tienden a ser figuras lynchianas: llamativamente feas, debilitadas, grotescas, llenas de una tristeza completamente desproporcionada en relación a las circustancias que se perciben." pág. 195

El último ensayo del libro, el que le da título y a mi juicio el mejor ya lo he reseñado en otra entrada, pues Debolsillo lo ha editado a parte.

NOTA: 7,5/10

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